Si alguna vez, al levantarte por la mañana, te has mirado al espejo y has visto una mancha roja, de sangre, en tu ojo, eso es que has tenido un derrame ocular.

El derrame se produce por la rotura de algunos de los vasos sanguíneos de los que riegan los ojos. La sangre sale en el interior del ojo, pero al no atravesar la parte del limbo corneal se queda atrapada detrás de la conjuntiva esclerótica.

La conjuntiva es una capa muy fina que recubre el ojo y que le protege del exterior y mantiene lubricada la zona corneal.

La sangre roja sobre la esclerótica del ojo, la parte blanca, es muy llamativa. No obstante, los derrames oculares no suelen ser peligrosos ni fruto de problemas oculares graves.

Causas del derrame ocular

Un derrame ocular puede producirse por varios motivos. Un estornudo fuerte o un ataque de tos pueden causar un pequeño derrame. La presión ejercida sobre los capilares puede hacer que estos se rompan.

Un golpe en los ojos también suele provocar un derrame ocular. Las personas que practican deportes en los que hay contacto entre los jugadores están acostumbradas a ver este tipo de derrames. En deportes como el tenis o el pádel, un impacto de la pelota contra el ojo, puede provocar, como mínimo, un derrame ocular.

En ocasiones, frotarse enérgicamente los ojos, puede ser suficiente para que se produzca.

A veces, la presión arterial alta (hipertensión) puede ser la causa. No hay que confundir esta con la tensión ocular. La tensión ocular no provoca derrames oculares.

Qué hacer ante un derrame ocular

En realidad, al margen de que pueda tratarse de algo llamativo, un derrame ocular no es peligroso por lo que no existe un tratamiento. La sangre se suele reabsorber en unos días, volviendo la esclerótica del ojo al color blanco habitual.

Si se producen varios derrames en un período de tiempo corto, es recomendable tomarse la tensión para controlar una posible subida de la misma y acudir al médico para que pueda determinar las causas.